ampharou

jueves, abril 21, 2005

Cada mañana, antes de entrar a trabajar, tomo café en un bar que hay junto a la oficina. Todas las mañanas solemos coincidir los mismos, Alejandro empieza a preparar la comanda de cada uno tal que nos ve aparecer por la cristalera que da a la calle. Caras conocidas, dormidas a esas horas, que lo más que intercambian es un buenos días. De un tiempo a ahora, suele coincidir también Anita. Hace años, cuando empecé a trabajar en este edificio, Anita pedía por los bares de la zona que la invitasen a un café. Daba igual a los que la hubieran invitado ya, daba igual la hora que fuera, ella sólo quería un café. Alejandro, cuando la ve a través de los cristales, se lo prepara. Con leche fría, porque Anita, tras desglosarle la letanía diaria deseándole toda la salud del mundo para él y para sus hijos, se bebe el café de un trago, para dar mil gracias mil veces y salir por la puerta con sus pasitos cortos y rápidos, su bolsito colgado del brazo y atusándose la pobre melena. Alejandro le pone el café con todo su corazón, pero no falta nunca alguien que se lo paga, como queriendo absolverse de sus propias miserias. Nadie sabe dónde vive Anita, nadie sabe a dónde va todas las mañanas tan temprano, desabrigada en invierno y demasiado arropada en verano porque siempre lleva la misma ropa. Lo único que se sabe de ella es su adicción al café y que siempre hay una sonrisa en su boca desdentada.
pensado por ana at 11:16 a. m.

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