ampharou

miércoles, agosto 24, 2005

La Guapa.


Hay en Cádiz una maravilla de churrería, la de “La Guapa”. Cuando era chica, las tardes que mi madre nos invitaba a merendar después de visitar a mi abuela, le daba a mi hermana mayor unas monedas y la comanda de cuánto tenía que comprar, y nos dejaba en la cola de la churrería mientras ella se iba a “El Moderno” a coger sitio... Recuerdo aquella espera, mientras nos íbamos acercando al cristal que nos separaba de la báscula donde La Guapa pesaba los churros... contaba una y mil veces, cada vez que alguien se separaba del puesto con un cucurucho (un ‘papelón’ se llama aquí) de papel de estraza, cuánto nos quedaba para llegar a esa dulce meta. Cuando conseguía pegar la nariz al cristal, aún antes de que el churrero, ¡mágico oficio!, sacara la rueda de masa frita del aceite hirviendo, La Guapa preparaba el papel, preguntaba cuánto querías y cobraba... no había que perder tiempo. La espera la aliviaba ofreciéndole al niño que ocupaba el primer lugar en la cola uno de los recortes de churro que le quedaban en el mostrador. Cuidao que va, tris, tris, tris... ea, ahí lo lleva! Corriendo antes de que se enfriaran, íbamos a buscar el chocolate que mi madre ya tenía pedido en la cafetería.
Entonces llegaba lo mejor de todo: pillar la primera los churros de masa que la guapa siempre colaba de propina!
Ahora que mi dieta me aconseja unas meriendas un poco más frugales que un chocolate con churros, sigue apareciendo esta imagen en mi mente. Suele suceder en verano, época en la que leo todo lo que un invierno demasiado ocupado no me permite. Pero pasa que algunas veces obtengo de esos libros que he ansiado devorar durante mi hibernación una sensación totalmente contraria a la que sentía de pie delante del puesto de La Guapa: autores de renombre, a los que precede su fama, tejen relatos que hacen que nos relamamos de gusto presagiando un final de lo más apetecible para, a cinco páginas del final, despacharnos con dos churros de masa. Sólo una diferencia con La Guapa: los suyos nos dejaban el sabor más dulce y, además, no estaban incluidos en el precio.

pensado por ana at 1:20 a. m.

1 Comments:

Qué verdad que el oficio de churrero es mágico. Qué verdad que un desayuno de chocolate con churros me harían batir mi propio record de colesterol en sangre. Qué verdad que quien escribe como el que hace churros (caso de esos escritores de contrato millonario) corre el peligro de ser experto en no decir nada. Qué verdad que cuanto más te leo, mejor me caes. Qué grande Cortázar y que interesante las gafas en unos ojos bonitos. Besos.

24 agosto, 2005 22:18  

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