Yo debía tener siete u ocho años. No lo sé seguro porque por aquel entonces yo no pasaba demasiado tiempo en el mundo. Pero mi hermana mayor, por lo visto, sí. Un día apareció en casa con un novio. Su primer novio. Un chico de Motril que hacía la mili en San Fernando y que se llamaba Cristóbal. A mi me pareció guapísimo, pero ahora mismo sería incapaz de recordar siquiera cualquiera de sus rasgos. Lo que sí recuerdo es su lepanto, que me tenía hipnotizada tal que entraba por la puerta y lo dejaba encima de la mesa del salón, no sé si por la erótica de los uniformes o por la prohibición de mi madre, bajo pena de llevar el culo un buen rato caliente, de tocarlo.
Tampoco puedo decir el tiempo que estuvieron juntos, ni las veces que él estuvo en casa. Lo que sí tengo grabado a fuego en la memoria es el día en que apareció con una caja. Al abrirla, como una ofrenda a la familia, un montón de castañas y unas cuantas chirimoyas recién llegadas de la vega de Granada.
Algún tiempo después, empecé a echar de menos aquellas visitas y a echar de más que mi hermana pasara casi todo el tiempo en su habitación escuchando a Camilo Sesto.
No sé porqué, pero por estas fechas siempre me acuerdo de aquella caja...
3 Comments:
el poder evocador de los alimentos, de los pequeños detalles de cada estación...
que rica la fruta de otoño!
(que es un lepanto...?)
Pues sí que está rica... y la de primavera, y la de verano.. :)
El lepanto es el gorro de los marineros rasos... ese que es como un plato...
Bonitos recuerdos...veo que te conservas mejor que yo...de tantas cosas no me acuerdo xD
¿Que sera de mi en unos años...?Miedomedá...
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