
Desde que tengo uso de razón, en casa de mis padres el otoño siempre se ha inaugurado con un caldo gallego hipercalórico y supervitaminado. Ahora que los hijos ya somos mayores, además el caldo se ha convertido en la excusa perfecta para reunirnos abuelos, hijos y nietos, comer juntos, charlar, tener interminables sobremesas y digestiones tipo boa constrictor. Este año, con la abuela desplazada en labores humanitarias y puerperales y ante la bajada de las temperaturas y la llegada de las primeras lluvias en su ausencia, no ha habido más remedio que cambiar la costumbre y el menú: pucherito, con todos sus avíos, que ha salido blanquito y ha dejado la casa con un adorable olor a invierno. No es lo mismo, pero estaba delicioso.
4 Comments:
Casi que lo estoy oliendo.
que buenas estas costumbres. Ojalá se puedan mantener mucho tiempo! :)
El próximo lo hago en la perola cuartelera... y estáis todos invitados!
El mejor pushero de to Cai.
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