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miércoles, mayo 17, 2006

Ángeles.

Juan es un hombre sencillo. Vive en una de las pedanías que hay en esta provincia y hace años trabajaba en una fábrica en la que tenía asignado, en exclusiva y por voluntad propia, el horario de noche. La única razón que Juan esgrimía para autocondenarse a ese turno era que durante el día había muchas cosas que hacer.

Había conseguido que alguien le cediese un local en su población y lo utilizaba como centro de desintoxicación para todo aquél que estuviera convencido (u obligado) a dejar las drogas. Eran sus «niños» y, como una cosa lleva a la otra, además de ayudarlos a esto, se hizo benefactor en otras cosas, sabedor como era de que el remedio de nada servía si los problemas de fondo persistían. Así Juan empezó a peregrinar por juzgados, cuartelillos, comisarías y cárceles, hablando con bedeles y jueces, con ayudantes de ayudantes y tenientes, saltándose jerarquías y esquivando burocracias. Acudía a quién le pudiera resolver y, poseedor de un carácter encantador, la mayoría de las veces conseguía lo que quería. Todo quedaba dentro de la legalidad, pero donde la administración se mostraba perezosa, él la impulsaba, la empujaba y la zarandeaba.

Así empezó a tener muchos contactos, y supo ver la forma de ayudar a mucha más gente. Así, munífico como es, se ofrecía a hacer cuantas gestiones necesitaban sus vecinos en la capital: pagos, recursos, renovaciones, papeleos en general. Él iba y venía, resolviendo temas, pidiendo favores que nunca eran para él por aquí y por allí. En una de esas vueltas y revueltas apareció un día en mi despacho, cuando era secretaria de un alto cargo que había «padecido», en innumerables ocasiones, el acoso del altruismo de Juan. A partir de entonces, le facilité direcciones y contactos, le organicé reuniones y concerté citas. Cada vez que Juan venía a verme, sabía que había que poner en marcha la máquina de la burocracia por el trámite de urgencia. Eso sí, lo que duraban sus visitas no podía parar de reír, porque Juan, además, es el hombre de la eterna sonrisa.

Luego cambié de departamento (es curioso, en trece años que llevo trabajando, he cambiado tres veces de organismo pero sigo en el mismo edificio. Eso sí, he ascendido. ¿O acaso no es ascender pasar de la primera a la cuarta planta?) a uno que no tiene demasiada incidencia en la campiña de Jerez, por lo que le perdí un poco la pista.

Esta mañana, después de casi dos años, y aprovechando que venía a Cádiz, se ha pasado por mi oficina. Sólo venía a verme y entre besos y abrazos, en un momento nos ha puesto al día, a mi compañera y a mí, de los líos que se trae ahora entre manos, de las cosas que ha estado haciendo en el tiempo en el que no nos hemos visto y de todos los funcionarios que ha «atracado». Y siempre me repite la misma frase: «pero eso no es malo, ¿verdad, Ana?»

pensado por ana at 10:33 p. m.

6 Comments:

y yo lo llamo todas las noches y no viene

17 mayo, 2006 22:52  

Cuantos ángeles hay a nuestra vera y muchas veces, por no llevar alas, no somos capaces de reconocerlos...

Enternecedor, solo eso :)

Besitos

17 mayo, 2006 23:01  

¡Que maravilloso es encontrarse estos ángeles en nuestro camino!

18 mayo, 2006 08:12  

Hay gente con ese toque especial. Siempre me han llamado la atención, supongo que como a todos.

Siempre he intentado copiarles en algo, ya sé que estoy suspenso en originalidad, pero para intentar ser un poquito mejor no me importa.

Qué suerte tienes conocer a alguien así :)

18 mayo, 2006 15:17  

Ojalá hubiese más Juanes por este mundo, y menos burocracia. Nos iría mejor a todos...

Un beso.

18 mayo, 2006 19:21  

seguro que es un hombre encantador. niob3

22 mayo, 2006 22:26  

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