Decidir sobre si comprar aquellos zapatos de maravilloso tacón la había entretenido demasiado, así que cuando llegó a la cafetería donde la esperaban, con su trofeo dentro de una bolsa fucsia, se disculpó al tiempo de darse cuenta, por las últimas palabras pilladas al vuelo, de que la conversación había llegado demasiado lejos y ella, como siempre, demasiado tarde.
El contertulio ya debía sentirse lo suficientemente azorado por los derroteros de confesión que iba tomando la charla, así que casi agradeció la sonrisa fingida de ella, cuando, al sentarse y tras pedir un café, preguntó si se había perdido algo. Dio una excusa vaga, adivinando que era el momento perfecto para dejarlos solos. Pintaban nubes negras en el horizonte y era mejor que la tormenta lo sorprendiera en otro lado.
Y no andaba muy descaminado. Su salida provocó el interrogatorio, inútil por otro lado, al conocer ella de antemano cada una de las respuestas. Y éstas dispararon a su vez el monólogo de reproches encadenados que le espetó a continuación.
Se habrá quedado a gusto, pensaría él, sin poder separar todavía la vista del fondo de su taza ya vacía.
Nunca más, pensaba ella, escondiendo las manos bajo la mesa para clavarse las uñas en las palmas delicadas, en una mezcla de rabia e intento de justicia poética que le infringiese el mismo dolor que acababa de generar con sus palabras.
Lo sabía. A las buenas, muy buena, pero a las malas, la peor. Quizá había sido demasiado dura, pero a sus casi cuarenta se sentía tremendamente cansada como para seguir levantando cadáveres. Los años la habían hecho perra vieja. Hubo un tiempo en que ella también había sido demasiado confiada. También había buscado, cuando la ocasión lo había requerido, consuelo en otros oídos. También había añorado la comprensión con la que a veces se disfraza la lástima, y había visto a muchos caer en ese mismo error como para no reconocerlo. Había derramado demasiadas lágrimas recogiendo los suficientes despojos, propios y ajenos, como para permitir que sucediera otra vez. Y menos a él.
Vestía aquella cautela de celos. Celos de su intimidad, celos de ese compromiso tácito que la unía a él desde que supo quererlo. Prefería que así lo creyera si aquel halago a su ego lo hacía reaccionar. Pero no, no era ese el sentimiento. Esta loba buscaba otro fin. Sólo se puede sentir celos de lo que se tiene por propio, y ella a él solamente lo amaba.
9 Comments:
No se trata de esclavizarse al otro, sino de hacer o no hacer a lo que al otro le gustaría o no que hicieras. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco funciona cien por cien, porque de ser así sería una relación perfecta, y esas no existen, por desgracia (o por suerte, según se mire).
Si aparecen los celos, mala cosa.Lo peor. Fatal. Los celos no son buenos NUNCA. Estoy con los comentarios anteriores. La libertad tiene que ver mas con el amor desinteresado y generoso que los celos y otras enfermedades del alma.
Sinceramente, no sé qué pensar. Hay demasiados sentimientos condensados en unas frases. Como siempre, lo leído se mezcla con las experiencias personales, y uno tiende a juzgar según le ha ido.
Hoy callo pues, sobre el contenido. La forma, impecable. Como nos tienes acostumbrados.
De acuerdo que los celos son malos, por eso aquí no los hay.
El texto es la continuación a otro que está linkado en el título y que es el que da la pauta.
Besines a todos.
Gualterio, que no van los tiros por donde piensas.
Me he perdido (raro en mi) un poco aquí pero al ver que hay anverso ...
Me ha recordado una conversación qeu escuché en un restaurante hace bien poco. Él la destrozó y ella lo miraba con cariño. Nunca lo entendí y ahora que el leído el anverso y el reverso, tampoco. Entiendo a uno, no a los dos.
Beso de canto.
Eso se avisa, hombre, que los habemos torpes.
To be continued....
Pues nada, como dice la gata cristi, continuará (ella lo dice en inglés, que es más fino) esta especie de saga a cuatro manos con el medio punto.
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