ampharou
domingo, junio 10, 2007
Historias de autobús.
Cada día, entre lunes y viernes, salgo de casa a la misma hora: tarde. Cada día, a la misma hora, espero el autobús en la parada que hay justo enfrente de mi casa. Y cada día, a la misma hora, solemos esperar el autobús los mismos: la chica que llega a la parada hablando por el móvil, que sube al bus hablando por el móvil y que continúa todo el trayecto hablando por el móvil; la señora con moño que vive en mi mismo bloque; el ejecutivo estresado que mira la hora continuamente y algunas personas más, asiduas o pasajeras a esa hora y a ese autobús.
De las primeras, también hay una rubia preciosa de cabellos brillantes y ojos de un azul intenso que, indefectiblemente, llega abrazada a un chico guapo al que tan sólo hay que mirar de reojo para darse cuenta que vive entregado a ella: le quita con auténtica devoción cualquier mechón rebelde de la cara, ríe con cada mohín de ella y le habla con tanta dulzura que los que le oímos no podemos dejar de esbozar una sonrisa. Ella, mimosa, apoya su cabeza contra su hombro mientras espera, como todos nosotros, el autobús que parece no llegar nunca. Cuando al fin aparece, ella levanta la cara, se quita el chupete y suelta un «papá» que suena como un cascabel.
No debe haber cumplido los dos años. En cuanto subimos al autobús en perfecto desorden, tal y como sólo sucede en Cádiz, el papá, con la preciosidad en brazos, se sitúa, siempre que puede y el autobús no es una réplica exacta de una lata de sardinas despresurizada, junto a las ventanillas de la parte izquierda del autobús. Desde allí, la pequeña no le quita la vista a la acera de enfrente, que pasa deprisa en dirección contraria. Se sabe la calle de memoria y basta con que el padre le diga «mira, la playa» cuando por alguna bocacalle se adivina un trocito de mar para que ella abra los ojos y la boquita todo lo que puede y le pida a su papá «ota paya, sí, papá?».
Ambos se bajan en mi misma parada, no sin antes despedirse debidamente del autobús. Yo, a mi vez, sonrío por enésima vez y me despido, para mis adentros, de ellos.
12 Comments:
Enhorabuena. Has conseguido arrancar una sonrisa a este rostro melancólico con el que me he levantado hoy.
que bonitooooo
Jejeje, esos locos bajitos...
Y oye, no seas tímida, despídete para tus afueras.
Por cierto ¿Y aquel tipo que te empujaba para hacerse sitio? ¿Ha parado ya o le ajustamos las cuentas?
bndms
...
(Uy, qué fallo...)
Ay,a mi me encantan estas historias. Verás esque yo todavia tengo amistades y conocimientos de esos tiempos de rutina. Lo mio era en tren, pero similar. Y si no fuera por los crios que crecen ....seguiriamos lo mismo.
Ya termina el juicio, pero los trenes continuan acercando gente. Perdón por la lagrimilla.
Cómo echas de menos a tu querida reducida.
Qué bonito!! la verdad es que es una locura ver cómo se les cae la baba a los hombres cuando van con sus hijitos... para que luego generalicen y digan que son unos insensibles; no los que yo conozco, desde luego.
Un saludo!
Hola Ana!
mmmm...creo que nos conocimos en la feria hace dos semanas..o gual me equivoco. Si es así, perdona mi despiste!
Cuando tienes por costumbre usar el ten o el autobús al final te acabas familiarizando con las personas que se sientan todos los días a tu alrededor. Es como si los conocieses aunque no los conozcas... y si falta alguno lo notas... es una relación rara
Yedra sí, lo utiliza con bioalcohol ;)
Me encantan los experimentos de cotidianidad. Me encantan los autobuses que huelen a café y sueño. Me encanta como escribes porque, sobre todo, me encanta como eres.
precioso el relato
Me gusta esos retazos cotidianos de lo que vemos. Me ha encantado cuando hablabas de la rubia, con la correspondiente sorpresa del chupete. Ese tipo de relación padre/hija es tan bonita...
Gracias por ser nuestro ojos en ese bus...
Besos
los detalles de la vida tienen una ternura...y tú los ves con agudos ojos.
un besito!
laura
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