ampharou

domingo, julio 30, 2006

La novia.

Llegó a la puerta corriendo, con los zapatos mojados en una mano y sosteniendo el vestido con la otra. Él venía justo detrás, seguido de esos pocos amigos que aún duraban a esas horas de la noche. Ahora me tienes que coger. Abrió la puerta y la sostuvo en brazos justo el tiempo de cruzar el umbral, mientras los otros jaleaban el esfuerzo. Ya dentro, ella con los pies descalzos ya en el suelo, aún les costó un poco deshacerse de las ganas de juerga de los compañeros, ganas que seguramente terminarían ahogando, una vez comprendido que era hora de dejarlos solos, en cualquier garito que estuviera abierto a aquellas horas.

Al fin en casa. Aquella casa precipitada que todavía no era un hogar y que costaba mucho más de lo que valía. Todavía tuvo tiempo de besarlo detrás de la puerta ya cerrada antes de soltar los zapatos de tacón alto en cualquier parte, alzarse la falda con las dos manos y salir corriendo, pícara, hacia el dormitorio.

Excusó encender la luz del techo y la dio en una de aquellas lamparillas de alquiler que guardaban la cabecera de la cama. Se sentó en el borde y, todavía con aquel vestido blanco puesto, se echó hacia atrás, con los brazos abiertos, como una corola con liguero, riéndose y esperándolo mientras él se reía, se desnudaba y se tumbaba a su lado.

¡Había imaginado tantas veces ese momento, sobre todo en la vorágine de los últimos meses! Y por fin había llegado, ese era el día, un día en que el cielo se había desmoronado al menos tres veces a primeras horas de la tarde. Novia mojada, novia desdichada. ¡Cómo se había reído cuando se lo dijo aquella prima redicha tras la ceremonia! Porque no pudo haber ido todo mejor, a pesar de pasar todo como un relámpago, a pesar de la lluvia de todo el día. Y al fin estaba allí, a solas, con el hombre al que le acababa de prometer el resto de su vida. Para todos sus invitados había preparado con esmero cada detalle de aquel día: la ceremonia, el banquete, la fiesta posterior. Su propio vestido, las flores... Pero sólo para él había preparado aquella noche. Sólo para él vestía tan preciosa por dentro como por fuera: el liguero, los encajes, algo azul, algo nuevo...

El primer ronquido la devolvió a la realidad. Lo acarició dulcemente. Cuatro ronquidos más la terminaron de convencer. Se levantó, se quitó como pudo el vestido y ya, delante del espejo, comenzó a deshacerse el peinado. Y a medida que le iban cayendo los rizos sobre la espalda, sentía que era mucho más que aquel peinado, el maquillaje o el dobladillo del vestido lo que se había deshecho aquella noche.


pensado por ana at 9:17 p. m.

8 Comments:

Yo había oído el refrán al revés: "novia mojada, novia afortunada". ¿De donde te sacas esas fotos tan chulas?

30 julio, 2006 23:37  

Yo también había oído el refrán como lo dices, Lunaria, pero me venía mejor esta versión para el relato ;)
Las fotos, navegando, navegando...

31 julio, 2006 11:51  

La solucion esta en no casarse... ea!


Besitos

31 julio, 2006 12:31  

Yo siempre he pensado que el día de mi boda será el mejor día de mi vida...
Espero desvestirme esa noche (si algún día llega, claro) y seguir pensando lo mismo.
Bss

31 julio, 2006 13:36  

Vaya tío más maniquita. Esa noche hay que cumplir, hombre de dios...

31 julio, 2006 17:17  

Si ni siquiera esa noche hace el esfuerzo... ¿como será el resto?

31 julio, 2006 17:25  

Lo que tenía que deshacerse es la cabeza del bello durmiente de un capón bien dao.
Besos

31 julio, 2006 17:37  

Fantástico. Todo un iconoclasta.

31 julio, 2006 23:17  

Publicar un comentario

<< Home

!-- Begin Webstats4U code -->