ampharou

martes, noviembre 29, 2005

Abuela Ana.

Presumía ante quien quisiera escucharla que tenía tres años más que el siglo. Que el siglo XX, claro. Quedó huérfana casi recién nacida, así que, al ser criada por su abuela, su educación y sus férreos principios tenían medio siglo más que ella. A pesar de ello, se casó con dieciséis años (qué diferentes debían ser las niñas de entonces a las de ahora) con un guardia civil viudo con dos hijas que casi tenían su misma edad. A los diecisiete tuvo a su primer hijo y vendrían dos más, de los que sólo sobrevivió la niña, antes de que la epidemia de gripe del año dieciocho se llevara al guardia civil, dejándole en herencia dos muchachas, dos bebés y todo el genio de la benemérita.
Volvió a casarse, esta vez con un marino gallego y menudo que, entre marea y marea, le dio cuatro hijos más. La última, mi madre, cuando ya tenía cumplidos los cuarenta y dos.
Por esa extraña razón por la que en las familias se omiten o se tratan como tabú ciertas historias, poco más sé de ella hasta que empecé a conocerla por mí misma, ya anciana y casi ciega, pero conservando el carácter que le había hecho sobrevivir a ella y a sus hijos.
Tengo varias fotografías suyas. La que más me gusta, una fotografía amarillenta en la que aparece con su primer hijo todavía pequeño y las hijas del primer marido. Apenas tendría dieciocho años, pero su rostro refleja haber vivido más de mil. En otra de ellas aparece con mi abuelo y mi madre todavía niña, una niña de la postguerra. No debía tener en esa foto ni cincuenta años, y sin embargo nadie le echaría menos de sesenta. Pero a la que más cariño le tengo es una en la que yo aparezco con ella, en la azotea de su casa, que era el palacio de mi niñez. Yo, una niña. Ella, ya viejita, con su eterno hábito carmelita desde que quedara viuda por segunda vez y su pelo de un blanco insultante recogido impecablemente en un rodete.
Lo que más recuerdo de ella, el olor a jabón y esos besos que me dejaban doloridos los cachetes durante un buen rato.
Dicen que además de con su nombre, me quedé con su genio. Ojalá fuera cierto.
pensado por ana at 1:33 a. m.

4 Comments:

Seguro que sí...

Bonitos recuerdos de una gran mujer. Yo no tuve tu suerte, no puede conocer a mis abuelas, apenas tengo un recuerdo de una de ellas y tan siquiera sé con seguridad si es un recuerdo o es algo tantas veces repetido que yo creo recordarlo...

Un beso.

29 noviembre, 2005 10:56  

Bueno...lo del mal genio lo apoyo ^^

30 noviembre, 2005 00:54  

historias de vida, siempre tan nostálgicas, siempre tan vivas.

Aitor
jazzpalabrasywhisky.blogspirit.com

30 noviembre, 2005 20:30  

Me gustan las historias de mujeres recias. Y más cuando están bien contadas.
A mí me sobreviven sólo dos, y creo que aprovecho el tiempo que nos quede lo mejor que puedo.

30 noviembre, 2005 20:46  

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