ampharou

miércoles, mayo 31, 2006

Sueños.

Una atalaya de color rosado. Un paseo en la noche desde una estación lejana. Una cartera roja. Una puerta verde que no se abre. Voces, luz en la cima. Santo y seña. Un joven, dos chicas y la música que los envuelve. Es un cumpleaños y yo parece que recién llego de la guerra. Una escalera, fundido en negro.

Y un autobús, canciones de críos. Ropa de colores, la misma cartera roja. El viaje es largo y un bebé de ojos azules ríe como un cascabel. En sus brazos. Llegada a destino, besos y despedidas entre los viajeros. Saludos a los que esperan. Ella baja y lo abraza: «Yo...». Él le tapa la boca: «Ahora no. Dímelo en casa...»

El tono del despertador y el brusco paso de abrir los ojos me hicieron creer que todavía estaba al teléfono. Su timbre, ahora, me devolvió un poco más la consciencia. Ya era de día y estaba en casa. Quizá ahora, en cuanto me levante y encuentre mi cartera roja...

pensado por ana at 11:03 p. m. 10 han dicho

sábado, mayo 27, 2006

Déjà vu.



Si el dueño del tiempo, ese viejo andrajoso con cara de niño viniera un día a proponerme un déjà vu eterno, quizá aceptaría con la única condición de poder escoger mi propio día de la marmota.

Así, para quedarme atrapada en el tiempo elegiría una tarde de sábado. Tendría que ser, eso sí, una tarde de risas, de patatas fritas y vino blanco. Una tarde de brisa fresca y tintineos en la ventana. Un sábado de sábanas de algodón e incienso, de camisas de seda, de canciones al oído. Una tarde de fotografías y cosquillas, de largas conversaciones a través de las miradas, rendidos a la piel. Tarde de calma y minutos infinitos, de olvidar todo lo demás y de ver caer la luz del sol con parsimonia de primavera.

Pero no creo que aceptara quedarme anclada en el tiempo. No quiero un solo sábado. Quiero muchos sábados. Todos tus sábados.


pensado por ana at 1:51 p. m. 14 han dicho

miércoles, mayo 24, 2006

Hermana.

Las hermanas mayores son como madres en pequeñito que en lugar de reprendernos las faltas nos esconden travesuras infantiles. Son cónsules ante nuestros padres, dirimidoras de conflictos, negociadoras en ciernes.

Las hermanas mayores nos van descubriendo los misterios de la vida. Son pozos de experiencia compartida, nos abren puertas y nos enseñan caminos.

Las hermanas mayores, por naturaleza, saben escuchar. Son confidentes, guardadoras de secretos, generadoras de consejos, artífices de lecciones. Ellas no juzgan, sino que nos dan claves. Ellas no condenan, sino que comprenden.

Las hermanas mayores son amigas.

Mi hermana mayor es mucho más que todo esto.

Felicidades, hermana. Que sean muchos más.



pensado por ana at 12:07 a. m. 17 han dicho

viernes, mayo 19, 2006

Lectores.

¿Quién lee para llegar al final, por deseable que éste sea? ¿Acaso no hay ocupaciones que practicamos porque son buenas en sí mismas, y placeres que son absolutos? ¿Y no está éste entre ellos? A veces he soñado que cuando llegue el Dia del Juicio y los grandes conquistadores y abogados y estadistas vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleblemente en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se volverá hacia Pedro y le dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: "Mira, ésos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Han amado la lectura".


Virginia Woolf, El lector corriente II.


pensado por ana at 10:40 a. m. 10 han dicho

miércoles, mayo 17, 2006

Ángeles.

Juan es un hombre sencillo. Vive en una de las pedanías que hay en esta provincia y hace años trabajaba en una fábrica en la que tenía asignado, en exclusiva y por voluntad propia, el horario de noche. La única razón que Juan esgrimía para autocondenarse a ese turno era que durante el día había muchas cosas que hacer.

Había conseguido que alguien le cediese un local en su población y lo utilizaba como centro de desintoxicación para todo aquél que estuviera convencido (u obligado) a dejar las drogas. Eran sus «niños» y, como una cosa lleva a la otra, además de ayudarlos a esto, se hizo benefactor en otras cosas, sabedor como era de que el remedio de nada servía si los problemas de fondo persistían. Así Juan empezó a peregrinar por juzgados, cuartelillos, comisarías y cárceles, hablando con bedeles y jueces, con ayudantes de ayudantes y tenientes, saltándose jerarquías y esquivando burocracias. Acudía a quién le pudiera resolver y, poseedor de un carácter encantador, la mayoría de las veces conseguía lo que quería. Todo quedaba dentro de la legalidad, pero donde la administración se mostraba perezosa, él la impulsaba, la empujaba y la zarandeaba.

Así empezó a tener muchos contactos, y supo ver la forma de ayudar a mucha más gente. Así, munífico como es, se ofrecía a hacer cuantas gestiones necesitaban sus vecinos en la capital: pagos, recursos, renovaciones, papeleos en general. Él iba y venía, resolviendo temas, pidiendo favores que nunca eran para él por aquí y por allí. En una de esas vueltas y revueltas apareció un día en mi despacho, cuando era secretaria de un alto cargo que había «padecido», en innumerables ocasiones, el acoso del altruismo de Juan. A partir de entonces, le facilité direcciones y contactos, le organicé reuniones y concerté citas. Cada vez que Juan venía a verme, sabía que había que poner en marcha la máquina de la burocracia por el trámite de urgencia. Eso sí, lo que duraban sus visitas no podía parar de reír, porque Juan, además, es el hombre de la eterna sonrisa.

Luego cambié de departamento (es curioso, en trece años que llevo trabajando, he cambiado tres veces de organismo pero sigo en el mismo edificio. Eso sí, he ascendido. ¿O acaso no es ascender pasar de la primera a la cuarta planta?) a uno que no tiene demasiada incidencia en la campiña de Jerez, por lo que le perdí un poco la pista.

Esta mañana, después de casi dos años, y aprovechando que venía a Cádiz, se ha pasado por mi oficina. Sólo venía a verme y entre besos y abrazos, en un momento nos ha puesto al día, a mi compañera y a mí, de los líos que se trae ahora entre manos, de las cosas que ha estado haciendo en el tiempo en el que no nos hemos visto y de todos los funcionarios que ha «atracado». Y siempre me repite la misma frase: «pero eso no es malo, ¿verdad, Ana?»

pensado por ana at 10:33 p. m. 6 han dicho

miércoles, mayo 10, 2006

Durmiendo.


Uno cincuenta por dos. Cien por cien algodón. Cincuenta por ciento pluma, cincuenta por ciento plumón. Añil rebajado al cincuenta por ciento. Añil rebajado al setenta y cinco. Blanco. Veintiún grados. Aroma de canela. Ropa sobre una silla. Tintineo de alabastro blanco a la brisa de poniente. Dos espejos. Botellas azules, botellas ámbar. Libros. Luz de luna en cuarto creciente entrando por la ventana. Zapatos de tacón, zapatillas cómodas. Una bombilla fundida encerrada en cristal.

Sólo faltas tú.
pensado por ana at 11:48 p. m. 21 han dicho

martes, mayo 09, 2006


Queda inaugurada la temporada en el solarium.
Sol sin marcas.
Sol a domicilio.
Sol para los huesos.
Sol para la piel.
Sol de hermosura y contento.

pensado por ana at 7:28 p. m. 7 han dicho

domingo, mayo 07, 2006

Almadraba.

El año pasado, por estas fechas, en mi oficina se organizó una visita a una ‘levantá’ en una almadraba. Para los que no lo sepáis, una almadraba es una especie de caza de atunes. Y digo ‘caza’ y no pesca porque es a lo que más se asemeja la levantá.

Durante la época de almadraba, unos barcos fondeados a unas tres millas de la costa tienden una red entre ellos. Los atunes, en su migración hacia el levante, van quedando atrapados en esta red que, cuando es levantada, arrastra a los peces hacia la superficie, donde los esperan los marineros que, desde los barcos y utilizando una especie de ganchos, van subiéndolos hasta el barco, en cuya cubierta van amontonándose mientras agonizan.

Es un espectáculo violento, donde el mar se tiñe de rojo por la sangre de estos magníficos ejemplares. Es una tarea donde se derrocha adrenalina a raudales: los marineros terminan tirándose al agua, y de pie en el copo y entre la lucha de los atunes por escapar, son capaces de subir a bordo, utilizando sólo el gancho para ello, atunes de más de doscientos kilos en un solo tirón.

El año pasado, cuando propusieron la visita, con la invitación de que lleváramos un acompañante, sólo pude acordarme de una persona: mi padre. A sus 73 años ha pasado más tiempo en alta mar que en tierra firme. El mar, además de ser su oficio, ha sido siempre su pasión. No me lo pensé, y el día previsto para la visita, a pesar de que gustosa me hubiese quedado en la cama, a las ocho de la mañana estábamos los dos en el puerto de Conil, con dos biodraminas cada uno en el estómago y esperando pacientemente a los demás y al barco que debía llevarnos hasta la almadraba. En seguida conectó con todo el mundo. Contaba cómo habían sido sus años en la mar y mis compañeros lo escuchaban igual de embobados que lo escuchaba yo de pequeña cuando llegaba a casa tras una marea. Pronto empezó a dar consejos a todos de en qué lugar ponerse y qué hacer para evitar el mareo. Y allí estaba él, de nuevo en la popa de un barco, con su visera de capitán y la cara de felicidad de un niño con zapatos nuevos.

Al final no hubo levantá. Hacía temporal de poniente y los buzos habían comprobado que había muy pocos atunes en el copo, con lo cual la maniobra no merecía la pena. Volvimos a puerto, y de ahí a casa. Estuve mareada todavía unas cuantas horas, pero el recuerdo de ese día todavía me dura.

Este año están organizando otra levantá...

pensado por ana at 12:06 p. m. 7 han dicho

jueves, mayo 04, 2006

Día.

Día extraño. Cansada, irascible. No es bueno despertarse pensando en que hoy no va a haber siesta. Menos si te espera una mañana de trabajo hasta las cejas, mil problemas por resolver y aguantar a un jefe con demasiadas ínfulas de tal. Volver a casa y volver a salir, esta vez para ir de compras con una preadolescente. Te acuerdas de cuando le decías de pequeña que te la ibas a comer. Te arrepientes como nunca de no haberlo hecho entonces. Larga caminata, ideal para el cansancio que llevas arrastrando todo el día. Aguantas colas, dependientas impertinentes, más preadolescentes a las que sus padres también debían haberse comido cuando estaban a tiempo. Llegas de nuevo a casa, cargada de bolsas y con el único pensamiento de deshacerte de esos zapatos que llevan martirizándote todo el santo día. Enciendes el ordenador y, et voilà, sin capuchino ni nada te hacen olvidar todo el cansancio, toda la mala leche que ha estado hirviendo todo el día. Con un solo gesto te pintan una sonrisa y te derriten el alma.

Y entonces sabes que nunca has sido tan feliz.


pensado por ana at 11:58 p. m. 7 han dicho

!-- Begin Webstats4U code -->